viernes, 30 de octubre de 2015

Capítulo 2 :: Hacia los Urales

1942. Leningrado. Hay que evacuar la ciudad. Las tropas alemanas traen su guerra relámpago a través de toda la madre Rusia. Y el padrecito Stalin tira de fondo de armario, o de fondo de país, para huir más rápido de lo que avanza el enemigo. Queda toda Siberia si hace falta para no hacer frente a la blitzkrieg.
Los niños tienen que salir de la ciudad para mantenerse a salvo. Hay que sacarlos.Mil quinientos kilómetros hacia el este parece distancia suficiente para su seguridad. Los padres se quedan para defender la ciudad. Lo quieran o no. Con las fuerzas y las armas que sean. Sus hijos se lo agradecerán el día de mañana. Los hijos acabarán en la provincia de Kírov, en los Urales. Un hogar para niños durante los próximos cuatro años. Una especie de orfanato preventivo. Todos subidos al tren, que vamos a salir. Empieza la excursión de cuatro años. A la vuelta os recogerán vuestros padres. No hace falta llevarse la merienda.
El tren está frío de distancia y soledad adivinada. El futuro son los Urales sin papá ni mamá. 
Un niño sube con su hermano y su hermana. El niño lleva como un tupé encima de la cabeza. Va peinado adecuadamente. Y también lleva un hermano en cada mano. Él y ella. Los niños observan cómo los grandes lagos azules se van alejando. En la distancia hay un horizonte de montañas grises, como de otro planeta. Como de Urano. Los niños observan los grandes bosques que cubren gran parte de la distancia entre los lagos azules y las montañas grises. Los bosques no se acaban. Ni sus sombras tampoco. Como de Urano.
El niño del tupé observa cómo dos de los cuidadores que van con ellos en el mismo vagón, matando el tiempo como pueden, sacan un pequeño tablero de cuadros negros y blancos. Sacan unas figuritas. Van tendidos en el suelo, los hombres. Ojo con las figuritas. Los vaivenes del tren, ya se sabe. 
--Has visto, Boris?
Boris Spassky dice que sí a uno de sus hermanos. Lo ha visto. Ha visto el tablero de ajedrez y las figuritas blancas y negras. Se va fijando durante los muchos kilómetros que tiene por delante. Mil quinientos kilómetros dan para fijarse mucho.

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