Unos años después, la marea alemana sobre Rusia estaba en retirada, dejando restos de naufragios y de guerras. Del blitzkrieg a la retirada en desorden. Cruces de hierro y hojas de roble caídas sobre uniformes nacionalsocialistas. Carnes abiertas en las cunetas y las praderas, completamente ajenas a la vida. (La vida zumbaba o se movía a su alrededor, en el mejor de los casos). Metales de vehículos fuera de sus formas, tan acabadas y antiguamente eficaces. Surcos de proyectiles sobre el terreno. Aldeas de maderas ardidas hasta el carbón original. Había quedado un terreno yermo en Rusia, salino y blanco después del mar alemán en retirada. Todo estaba fuera de su lugar habitual y de su orden. La corriente de la guerra había arrastrado un mundo. Motores fuera de su rotación. Un mundo descarrilado.
Boris Spassky regresaba de la orfandad lejana de la provincia de Kírov, en los Urales. Boris observaba la desolada y heladora ciudad de Leningrado. Su visión estaba más fría que la ciudad misma. Boris recordaba una infancia allí. Una infancia de repente lejana. La ciudad había resistido un cerco de fuego durante tres inviernos. Hubo hambre y hubo que abastecerse a través de tormentas de nieve, a lo largo de lagos helados. Hubo el renacer del canibalismo en una época de guerra paleolítica. Las balas de sílex mataban por igual, sin embargo. Hubo y aún había metales incrustados en cuerpos vaciados por el hambre. Edificios sin ventanas que ofrecer a un invierno. Puentes hundidos en las aguas atormentadas y rojas del río Neva.
Boris Spassky y sus hermanos habían llegado al antiguo edificio familiar. El edificio ya no estaba en pie. Por cierto, Boris, le dijo un vecino, vuestros padres se han separado. El edificio familiar había sucumbido en el naufragio de balas perdidas de una guerra. Más de una bala había acabado con él. Ahora ponte y busca al padre y a la madre por separado, Boris, y quédate contento si ambos están vivos. Aunque cada uno por su lado. Dos piernas por aquí, dos piernas por allá.
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